La deuda pendiente con las personas con discapacidad.
Calles rotas, transporte inaccesible, trámites imposibles y un presupuesto que nunca alcanza: la vida cotidiana de miles de personas con discapacidad en Argentina muestra un sistema que, en lugar de incluir, margina.Vivimos en un mundo donde el diseño urbano, los servicios y hasta las instituciones han dejado afuera a las personas con discapacidad.
Las calles rotas, las veredas intransitables, las estaciones de tren sin rampas, los colectivos sin espacio para sillas de ruedas y la falta de transporte accesible condenan a miles de personas —adultos y niños— a quedar encerrados en sus casas si sus familias no cuentan con recursos para compensar esa exclusión.
Las escuelas y universidades avanzan lentamente en la adaptación de sus instalaciones, pero los presupuestos se destinan a otras prioridades. Lo mismo ocurre con los trámites: no son accesibles, y muchos dependen de que otra persona los haga en su lugar.Las prestaciones existen, pero no alcanzan. Las sillas de ruedas que entregan los sistemas de salud no están pensadas para sobrevivir al mal estado de las veredas; las avenidas destruyen lo poco que se consigue. Los medicamentos, pañales o incluso las cremas básicas se convierten en objetos de regateo por parte de las obras sociales, como si la dignidad pudiera ponerse en discusión.
El transporte es otro muro invisible: la habilitación de taxis, remises o aplicaciones de traslado no contempla la obligación de un espacio real para pasajeros con movilidad reducida. Todo queda librado a la buena voluntad de un chofer.
Mientras tanto, hay niños que pasan su infancia en una cama porque no acceden a una silla postural. Hay familias que necesitan cuidadores para poder sostener la vida cotidiana y dar momentos de hogar, pero los programas llegan tarde o son insuficientes. Los trabajadores sociales existen, pero no tienen la dirección de quienes más los necesitan. Se hacen relevamientos para otras estadísticas, pero no para registrar a quienes no tienen prótesis, ni para quienes viven postrados sin la más mínima visibilidad.La sociedad mira para otro lado. Los programas de espectáculos ocupan horas de pantalla, pero la vida cotidiana de quienes tienen discapacidad rara vez encuentra cobertura. Y cuando hay protestas, solo unos pocos logran hacerse presentes: ¿cómo cargar a quien no tiene silla adecuada para marchar y hacerse escuchar?No se trata de pedir una utopía. Se trata de exigir un diseño de ciudad y de sociedad que los incluya. Un presupuesto real, políticas sostenidas y trabajadores sociales que no llenen planillas, sino que se acerquen a donde están las personas y vuelquen datos precisos que sirvan para transformar.Las personas con discapacidad no deberían rogar por lo que les corresponde. Su sola presencia, silenciosa, en una silla de ruedas o en una cama, es un grito poderoso:merecen lo mismo que todos tenemos.
Cada barrera que la sociedad levanta, cada indiferencia, es una herida que les infligimos.
Es hora de que un medio, un gobierno y una sociedad completa decidan verlos, escucharlos y diseñar con ellos, no contra ellos.
Por Andrea Elvira Abrigo.