Cuidar transforma.Cuidar a un familiar con una enfermedad crónica o un cuadro psiquiátrico no solo cambia la vida del paciente: transforma también la nuestra.
Sin darnos cuenta organizamos su mundo.Entrenamos a los profesionales que lo rodean.Controlamos cada detalle.Esa dedicación extrema, que creemos hacer por él, a menudo potencia su dependencia y refleja heridas y hábitos que aún no hemos resuelto.
El paciente nos habla.
Su apego y sus demandas constantes son un espejo de lo que necesitamos mirar en nosotros mismos. El “beneficio de la enfermedad” —la atención, la contención, las ventajas que recibe— genera un doble juego: mientras nos sentimos agotados, podemos interpretar la dinámica como normal, sin ver que estamos proyectando nuestras propias necesidades sobre quienes lo rodean.
Impacto en nuestro entorno.
Este espejo no solo nos habla a nosotros: también se refleja en nuestra pareja, hijos, familiares y amigos. El síndrome del cuidador moldea cómo nos relacionamos y cómo vivimos. Sin darnos cuenta, influimos en cómo el enfermo atraviesa su enfermedad y cómo todos navegamos la situación.
Ventanas de reflexión.
Cada instante en que nos detenemos a mirar dentro de nosotros abre ventanas que antes no veíamos. Nos permite:Soltar el control excesivo.Reconocer lo que hemos potenciado sin querer.Acompañar desde un lugar más humano y consciente.Un puente hacia lo humano.Cuando logramos hacerlo, cuidar deja de ser solo obligación y se convierte en un puente hacia relaciones más auténticas, pacientes y llenas de sentido, tanto para el paciente como para el cuidador.
Por Andrea Elvira Abrigo.