“La victoria más difícil es la victoria sobre uno mismo.” (atribuida a Aristóteles)
Existen personas que, sin proponérselo, autogeneran energía en contra de su propio bienestar.
Se esfuerzan, pero a la vez sabotean los resultados; buscan crecer, pero se refugian en la familiaridad de la comodidad.
Esa aparente seguridad se convierte en un muro que limita, más que en un camino que libera.Podemos llamarlas personas hiedra. Como la planta que trepa y se aferra a un soporte externo, buscan constantemente la validación de los demás. Evitan decidir por sí mismas y prefieren seguir el rumbo que otros marcan, aunque eso implique perder voz y autonomía.
En lugar de dirigir su energía hacia la construcción personal, la orientan hacia la dependencia.El problema no está en la carencia de energía, sino en la forma en que se direcciona. Cuando el impulso vital se gasta en sostener narrativas de evasión —la comodidad, la gratificación instantánea, el miedo a equivocarse—, esa energía se vuelve contraria a lo conveniente. Se convierte en un círculo que alimenta la debilidad en vez de la fortaleza.
Un ejemplo claro se da en la vida familiar. El hijo que durante años se acostumbró a llegar del trabajo y encontrar todo servido por su madre: la comida lista, la ropa lavada, la casa en orden. Ese sostén, silencioso y constante, era el muro al cual se aferraba sin siquiera reconocerlo. Pero un día la madre sufre un ACV y queda internada. Entonces, el hijo se exhibe: habla mucho, dramatiza su esfuerzo, se muestra como víctima de una situación injusta. Pero lo que hay detrás del discurso es vacío: no hay acción real, solo actuación.
El hijo hiedra queda expuesto en su fragilidad, incapaz de sostenerse por sí mismo cuando el muro desaparece. Lo más grave es que alrededor de él hay quienes refuerzan esa conducta. Personas bien intencionadas que, creyendo ayudar, caen en el juego del hijo hiedra: lo excusan, lo justifican, lo protegen. Sin darse cuenta, lo empujan aún más profundo en su dependencia. Así, la ayuda se convierte en obstáculo, y la compasión mal entendida se vuelve cómplice de la inacción.
Otros escenarios muestran la misma lógica: en el trabajo, cuando alguien posterga decisiones para que otro las asuma; en los estudios, cuando se abandona al primer obstáculo refugiándose en excusas; o en lo cotidiano, cuando se elige la gratificación inmediata en lugar del esfuerzo sostenido.Cómo transformar esa energíaNo se trata de eliminar la energía, sino de reorientarla. El primer paso es la autoconciencia: reconocer el propio patrón de dependencia. El segundo es la voluntad: aceptar la incomodidad inicial de sostenerse por uno mismo. Y el tercero es la constancia: transformar poco a poco los hábitos que antes apuntaban a huir de la responsabilidad, en hábitos que permitan crecer con raíces firmes.A veces, el mayor acto de amor no consiste en resolverle los problemas a alguien, sino en retirarle el sostén que lo mantiene en la dependencia.
Es un gesto duro, incluso incómodo, pero necesario: solo cuando la hiedra ya no tiene muro donde aferrarse, se ve obligada a echar raíces propias.La energía no se destruye: se transforma. Y la verdadera victoria consiste en dirigirla hacia aquello que nos hace libres, autónomos y responsables de nuestro propio destino.
Por Andrea Elvira Abrigo.